En serie.

Como ustedes, estimadas fans ya saben, o debieran saber, uno es de pueblo y a veces aún se sorprende con alguna de las cosas que pasan en la gran ciudad aunque haya algunos de mis allegados que me dicen que me estoy convirtiendo en un urbanita.

Bien, esta semana me decidí a cambiar el carnet de conducir, si, ese que está tan mal pensado que no se puede poner bien en ninguna cartera y acaba hecho añicos. Así pues, ni corto ni perezoso me voy a hacer la revisión médica pertinente.

Me decidí por un centro médico cercano a la Jefatura de Tráfico para ganar tiempo. Entro en el establecimiento y me cobran, 45 €, la primera en la frente. Me hacen sentar en la sala de espera. Veo cuatro puertas, en cada una hay un presunto profesional de la medicina, dicen mi nombre y entro en la primera. Una señorita morena y con gafas me pregunta si tengo asma, me drogo, tengo depresión o estrés, si bebo y si fumo y me hace un test de nosequé. Ese que se hace con un ordenador y unas palanquitas, las que lo hayan hecho saben de qué hablo. Un par de minutos. Vuelvo a la sala de espera, me llaman otra vez, el oculista. “¿Qué letras vé aquí?”, “ASDJEF”, un minuto, vuelta a la sala de espera. Me llaman, una atractiva Señora rubia. Me siento, me vuelve a preguntar si me han operado, si sufro del corazón, si me he roto alguna vez algo, contesto, un minuto, a la sala de espera. Me llaman otra vez, ahora viene el que va a firmar, el médico-médico. Me da conversación, para comprobar si estoy como una regadera o si discurro normalmente. Este mejora, está tres minutos, mas o menos, un tio simpático y con mala hostia, me cae bien. Firma, soy apto para conducir.

Salgo con mi certificado, sumo, 7 minutos, pongan 10 como máximo, 45 €.

Qué diferente de cuando lo hacía en mi pueblo. El médico me llamaba por el nombre, era el que hacía las revisiones médicas en el colegio de monjas en que curse E.G.B. y la última vez lió una buena con mi daltonismo, un buen cirio y muy divertido, otro día, si me lo piden, se lo contaré.